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Cayo Cornelio Tácito.

cosa inventada para igualar con esta fábula á los milagros extranjeros; porque él mismo, poco acostumbrado á menoscabarse lo que se contaba en su favor, solía decir que sólo se había visto en su cámara una culebra.

Mas esta inclinación y favor del pueblo venía de la memoria de Germánico, de cuyos hijos no había otro nieto varón: y la piedad común que se tenía de su madre Agripina, se aumentaba á causa de la crueldad de Mesalina; la cual, su contraria y enemiga siempre, lo mostraba entonces mucho más, sin que bastase cosa alguna á divertirla de buscarle cada día delitos y acusadores, sino la nueva ocupación, ó por mejor decir locura en que la tenían envuelta los amores de Cayo Silio, el más hermoso y gallardo mozo de Roma, de quien se aficionó tan fieramente, que por gozárselo á solas le hizo repudiar á su mujer Junia Silana, nobilísima matrona. Conocía Silio el mal y el peligro á que se ponía; mas era cierta su muerte si se retiraba, y viviendo, todavía le quedaba alguna esperanza de encubrir el caso, consolándo se entretanto con grandes premios y con poder esperar las cosas futuras gozando de las presentes.

Ella, no ya escondidamente, sino con gran acompañamiento, iba muchas veces á buscarle á su casa, le llevaba á su lado cuando salía fuera, le cargaba de riquezas y de honras, y á lo último, como si se hubiera pasado á Silio la fortuna imperial, los esclavos, los libertos y los aparatos del príncipe no se veían ya sino en casa del adúltero.

Mas Claudio, olvidado de las cosas de su casa, usurpando el oficio de censor, corrigió con rigurosos edictcs los desórdenes que el pueblo hacía en el teatro, en donde habían cargado de injurias á muchas mujeres ilustres, y á Publio Pomponio, varón consular, que daba las poesías á los representantes. Reprimió también por ley el rigor de los acreedores prohibiéndoles el dar dineros á usura á hijos de familia á pagar cuando muriesen sus padres. Trujo á la ciudad fuentes de agua encañadas desde los collados Sim-