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Los anales.—Libro XI.

príncipe de los Catos, de hermosísimo aspecto, ejercitado en las armas y en el andar á caballo á nuestro modo y al suyo. Y así César, reforzándole de dineros y dándole gente de guerra para su guardia, le exhortó á recibir con ánimo generoso el honor para que era llamado de los suyos. Y le advirtió de que era el primero que, habiendo nacido en Roma, no como rehen, sino como ciudadano, salía de ella para reinar en un reino extranjero. Fué al principio muy agradable á los Germanos su venida; y más echando de ver que, como no interesado en sus discordias, trataba con igual aftción á todos. Celebraban y loaban en él, unos su cortesía y su templanza, virtudes agradables á los mejores; y el verle muchas veces borracho y deshonesto lo granjeaba las voluntades de los más, como vicios agradables á aquellos bárbaros. Ya comenzaba á ser famoso, no sólo en los lugares cercanos, sino también en los apartados, cuando los que se habían engrandecido con las parcialidades, temiendo á su poder por sospechoso, recurrieron á los pueblos vecinos, poniéndoles por delante que á un mismo tiempo se destruía la libertad de Germania y se aumentaba el poderío de Roma. «¿Tan estériles serán estas provincias, »decían, que no producirán alguno digno de ocupar el »lugar de principe, sin que sea forzoso haber de levantar »sobre todos la raza de una espía como Flavio? Poca nece»sidad teníamos de desterrar á Arminio, de cuyo hijo, »criado entre los enemigos, podía temerse con razón el »verle ocupar el reino, como inficionado de alimentos, de »servidumbre y de culto del todo extranjeros, si reinando »Itálico conserva el ánima del padre, que fué el mayor ene»migo y persecutor de su patria y de sus dioses domés»ticos.» Con este y semejantes artificios juntaron grandes fuerzas. No era menor el número de los que seguían á Itálico, en cuyo favor decían: «que no se había metido él entre »ellos contra su voluntad, antes le habían ido ellos mismos