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Cayo Cornelio Tácito.

sus hijos, sin que Vitelio dijese jamás otras palabras que: "¡oh infame cosa; oh maldad grande!» Y por más que Narciso procuró persuadirle á que se declarase y dijese lo que sentía sin rebozo, no pudo sacarle de palabras de dos sentidos, y tales que después del suc so las pudiese interpretar al que mejor le estuviese; y con su ejemplo hizo lo mismo Largo Cecina. Ya se mostraba en presencia de todos Mesalina, dando grandes voces á Cósar que oyese á la madre de Octavia y de Británice, mientras levantando también la suya el acusador, y haciendo ruido, procuraba encaminar á otra parte la vista del principe, acordándole á Silio y á sus bodas, y entregándole en sus manos ciertas memorias donde estaban escritas todas sus deshonestidades. Y no mucho después, entrando por la ciudad, se le presentaran delante los comunes hijos, si Narciso no hubiera mandado apartarlos de allí. No pudo hacer lo mismo con Vibidia, la cual con palabras ásperas y resentidas, no sin cargar en ellas á César, le pidió con grande instancia que no consintiese que su mujer fuese condenada antes de ser ofdas sus defensas. Respondió á esto Narciso que el príncipe la escucharia y tendría lugar de purgarse del deJito; pero que ella entretanto, pues era religiosa, se fuese á ocupar en sus sacrificios.

Fué cosa digna de admiración el silencio que é todo esto tuvo Claudio. Y Vitelio no mostró tener más noticia del caso; pero todo obedecía al liberto, el cual manda que se abra la casa del adúltero y que vaya alá el emperador, mostrándole de paso en el patio la estatua del padre de Silio, prohibida por decreto del senado, y después todo aquello que poseyeron antiguamente los Nerones y los Drusos dado por Mesalina á Silio en premio del adulterio y de la deshonra del principe: el cual, encendido con esto en cólera, y viéndole el liberto que arrojaba amenazas, le lieva á los alojamientos, teniendo prevenida antes la junta de los soldados para oir la plática. Y amonestado de Narciso á que