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Los anales.—Libro XII.

labras: «Aquel Mitridates, perseguido de los Romanos tan largos años por mar y por tierra, viene ahora voluntariamente á ponerse en tus manos. Haz lo que te pareciere del sucesor del gran Aquemenes; que esto sólo no me han podido quitar mis enemigos.» Mas Eunón, conmovido del esplendor de aquel varón y de la mudanza de su fortuna, y no menos de los generosos ruegos de que usaba, levanta y anima al suplicante, loándole el haber escogido al pueblo Adorso para alcanzar perdón por medio de su amistad. Despacha tras esto embajadores á Roma con cartas para César do este tenor: «Que la conformidad y semejanza de la fortuna fué siempre la primer ocasión de amistad entre los emperadores romanos y los reyes de otras grandes naciones; mas que la que había entre él y Claudio procedía de la verdad con que se podía llamar común aquella victoria: que no era posible dar más generoso fin á una guerra que perdonando al enemigo: que en prueba de esto no se le quitó cosa alguna de su estado al vencido Zorsines. Y que así, conociendo por mayor el delito de Mitridates, no pedían para él otra cosa que la vida y no ser llevado en el triunfo.» Claudio, aunque era benigno con la nobleza extranjera, estuvo todavía dudoso entre si recibiría al preso con el perdón de la vida, ó si le conquistaría con las armas. De la una parte le obligaba el dolor de la injuria y deseo de venganza; de la otra discurrían algunos ael yerro que era emprender una guerra tan apartada por caminos difíciles, la mar sin puertos, los reyes feroces, el pueblo vagabundo y sin asiento, el país estéril, donde de la tardanza resultaría pesadumbre, y de la presteza peligro: aventurábase á ganar poco loor con la victoria, y á padecer con la pérdida gran mengua de reputación: que era mejor aceptar las condiciones ofrecidas, y conceder la vida á un foragido: que cuanto ella más le durase en su pobreza, tanto más continuado y largo sería el castigo.» Persuadido Claudio con