Página:Los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Tomo II (1891).pdf/55

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
49
Los anales.—Libro XII.

circuito de Roma se ha ido aumentando conforme á sus riquezas y buena fortuna, y los términos que entonces le puso Claudio son fáciles de conocer, fuera de que se hallan escritos en los libros de los actos públicos.

En el consulado de Cayo Antistio y de Marco Suilio, por obra y autoridad de Palante se solicitó la adopción de Domicio. Dependía Palante absolutamente de Agripina, como medianero de su matrimonio, y hallábase con nueva obligacion y atadura por el adulterio que cometía con ella: «á cuya causa incitaba á Claudio á que proveyese á la necesidad de la república, rodeando de fuerzas suficientes la niñez de Británico: que de esta manera florecieron para con edivo Augusto los hijos de su mujer, aunque pudiera hacer fundamento en sus nietos propios; y Tiberio, antes que á su natural descendencia, se había resuelto en adoptar á Germánico: que no le convenía menos á él armarse de un mancebo capaz de llevar, sobre sus hombros parte de la carga.» Vencido, pues, de estas razones Claudio, prohijando á Domicio, le antepone á su propio hijo Británico con solos dos años más de edad, después de haber hecho sobre esto una oración en el senado, fundándola en las mismas razones que le había infundido el liberto. Notaban los curiosos que no se hallaba otra adopción hasta entonces en el linaje de los Claudios Patricios, habiéndose contiuuado por sucesión desde Ato Clauso.

Diéronse con todo gracias al príncipe, aunque con más exquisita adulación para con Domicio, haciendo ley que pasase á la familia Claudia con nombre de Nerón. Agripina fué engrandecida también con el sobrenombre de Augusta.

Hechas estas cosas, no quedó hombre alguno tan sin piedad que no se compadeciese de la mala fortuna de Británico.

El cual, dejado sólo poco á poco hasta de sus oficiales esclavos, á quien, por apartarlos de él, sin sazón ni tiempo ocupaba su madrastra en mayores oficios, conociendo la falsedad, lo recibiría como por menosprecio suyo. Porque,

Tomo II.
4