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Cayo Cornelio Tácito.

neración de esta mujer, la cual, con ejemplo único hasta nuestros días, fué hija, hermana, mujer y madre de emperador. Entre estas cosas, su principal defensor y gran privado Vitelio, ya en la última vejez (tan incierto y peligroso es el estado de los grandes) fué acusado por Junio Lupo, senader, de majestad ofendida y de haber deseado el imperio. Y hubiera dado ofdos César á esta acusación, si dejándose llevar más de las amenazas que de los ruegos de Agripina, no se doblara á castigar al acusado con prohibirle el agua y el fuego. No quiso Vitelio que se le diese mayor eastigo.

62 Sucedieron aquel año muchos prodigios. Pusiéronse 80bre el capitolio aves infaustas y de mal agüero. Cayeron muchas casas por los continuos terremotos, y mientras va pasando de sus límites el temor con la huída universal y confuso tropel del vulgo, quedaron oprimidos los más débiles. La esterilidad de la cosecha y la hambre que de esto resultó, era también tomado por prodigio; tal, que no contentándose el pueblo con hacer sus quejas en secreto, hallándose un día Claudio en su tribunal administrando justicia, le cercan por todas partes con gritos sediciosos, llevándole de vuelo hacia un rincón de la plaza, le apretaban allí, hasta que hubo de romper con una tropa de soldados de su guarda por medio de aquella enfadosa muchedumbre.

Es cosa cierta que en Roma no había que comer sino sólo para quince días; mas por la gran bondad de los dioses y blandura del invierno, que concedió libre comercio por la mar, la ciudad fué socorrida en su necesidad extrema. Y con todo eso es verdad que Italia solía proveer de vituallas á provincias muy distantes: ni ahora padecemos hambre porque la tierra sea menos fértil que entonces; mas queremos antes cultivar las provincias de África y Egipto, y poner la vida del pueblo romano á discreción las naves y de la fortuna.

En este mismo año la guerra que se levantó entre los