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Los anales.—Libro XII.

al encuentro á su madre; con que, so color de reverencia, se remedió aquella deshonra.

Hacia la fin del año llegaron á Roma unas nuevas que á toda la ciudad pusieron en revuelta y turbación; es á saber, que los Partos habían bajado otra vez al reino de Armenia y echado de él á Radamisto; el cual, habiéndose apoderado muchas veces del reino y huído otras tantas de él, últimamente se había resuelto también en desamparar la guerra.

Discurríase á esta causa en Roma, pueblo amigo de juzgarlo todo, diciendo unos: «que cómo era posible que un príncipe, salido apenas de los diez y siete años de su edad, tuviese fuerzas para sustentar sobre sus hombros tan gran peso ó discreción para rehusarle. Júzguese, decían ellos, el recurso que puede tener la república á un mozo gobernado por una mujer, sino es remitir las batallas, los sitios de tierras y los demás oficios militares á la administración de sus ayos y pedagogos.» Decían otros en contrario «que antes se podía tener por felicidad grande el suceder aquella inquietud en el tiempo presente y no en el de Claudio: pues su débil vejez y natural flojedad, que le hacían incapaz de sufrir los trabajos de la guerra, no se la dejaran gobernar sino por las órdenes y mandatos de sus esclavos y libertos; mas que Burrho y Séneca eran al fin conocidos y probados en el manejo de muchos negocios; que le faltaba poco al emperador para llegar á la edad robusta, visto que Gneo Pompeyo, de diez y ocho años, y Octaviano César, de diez y nueve, sostuvieron el peso de las guerras civiles; que se ejecutaban mejor muchas cosas de los grandes principes con el favor de la fortuna y con el buen consejo que con las armas y con la mano; que era buena ocasión aquella para echar de ver si quería servirse de buenos ó de ruines amigos, introduciendo sin pasión alguna antes un capitán insigne y valeroso, que otro rico y levantado por medio de favores, sobornos y ambición.» Mientras en el vulgo se hacían estos y semejantes dis-