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Cayo Cornelio Tácito.

siendo tal la condición del mandar, que jamás sale cabal la cuenta si no se da á uno solo».

Corrían entretanto de tropel en Roma en servidumbre 108 cónsules, los senadores y los cabaleros. Cada uno, cuanto más ilustre, tanto más fingido y pronto á componer el rostro por nó mostrarse demasiado alegre por la muerte del primer príncipe, ó triste por la elección del segundo, á euya causa mezclaban las lágrimas con la alegría, y los lamentos con la adulación. Fueron los primeros á jurar fidelidad á Tiberio los cónsules Sexto Pompeyo y Sefto Apuleyo; y después de ellos Seyo Strabon y Cayo Turriano, aquél prefecto de los soldados pretorianos, y éste de los bastimentos, é inmediatamente el senado, los soldados y el pueblo; porque Tiberio quería que todas las cosas comenzasen con los cónsules, como si durara todavía la república y se estuviera en duda de que imperaba. Ni el mandamiento para llamar los senadores á consejo firmó sino con el título de la potestad tribunieia, la cual tenía desde el tiempo de Augusto, cuyas palabras fueron pocas y de modesto sentido: «que quería consultar sobre las honras que se habían de hacer á su padre; que no pensaba entretanto apartarse del cuerpo, ni usurpar otro algún ejercicio de los cuidados públicos». Sin embargo, en muriendo Augusto, dió, como emperador, el nombre á los soldados pretorianos, sin hacer mudanza en materia de guardias ni de armas, ni en las demás cosas acostumbradas en la corte del príncipe. Soldados le acompañaban en el foro, soldados le seguían en palacio, enviando cartas á los ejércitos, como si ya se hubiera encargado del imperio; nunca irresoluto sino cuando hablaba en el senado. La principal causa de esto procedía del miedo que tenía á Germánico, receloso de que, teniendo en su mano todas las legiones, los confederados y tanto favor del pueblo, no quisiese antes gozar del imperio que esperarle. Conveníale también para su reputación el dar á entender que había sido llama-