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Los anales.—Libro I.

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39 rio, burlándose de los senadores y del pueblo, que estaban sin fuerzas y sin armas, se amotinaban los ejércitos, sin que se pudiese esperar su quietud por medio de la flaca autoridad de los mancebos: que convenía ir en persona y oponer la majestad imperial á los alterados; pues cederían sin duda en viendo á un príncipe de tan larga experiencia, y con poder de castigar con severidad ó premiar con largueza. ¿Pudo Augusto, decian, cargado de años pasar tantas veces á Germania, y Tiberio en la flor de su edad se estará en el senado cavilando las palabras de los senadores? que había ya prevenido las cosas bastantemente para tener á la ciudad en servidumbre; ahora era necesario aplicar remedios á los ánimos militares para disponerlos á sufrir la paz».

Contra estos discursos estaba firme Tiberio, resuelto en no desamparar la cabeza de todo el estado con riesgo suyo y de la república: dábanle entretanto cuidado muchas y diversas cosas; porque á la verdad el ejército de Germania era el más poderoso, y el de Panonia el más vecino; aquél era fomentado de las riquezas de los Galos; éste estaba inminente á Italia: gá cuál, pues, era bien ir primero? fuera de esto, ¿no había también que pensar en si el preferir al uno podía ser causa de que se afrentase el otro? Todo lo cual se remediaba con igualdad dejándolo á cargo de sus hijos, salvo el honor de la majestad imperial, más reverenciada cuanto más lejos; que se podían excusar los dos príncipes con diferir algunas cosas remitiéndolas á su padre; y él finalmente mitigar ó sujetar la parte que se resolviese en hacer resistencia á Germánico ó á Druso: mas menospreciado el emperador, ¿qué remedio quedaba? Todavía, como si por ahora pensara partirse, elige contpañeros para el viaje, provee de carruajes, apresta navíos: después, excusándose, ya con el invierno, ya con otros negocios, engañó primero á los sabios, después al vulgo y largamente á las provincias.