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Cayo Cornelio Tácito.

cuyo servicio había perdido un ojo militando debajo de Tiberio pocos años antes. Concediósele, y llegado Flavio á la orilla, fué saludado de Arminio, el cual, haciendo retirar á los que tenía consigo, pidió también que se apartasen los arqueros puestos en nuestra ribera. Apartados, interrogó á su hermano qué era la causa de aquella fealdad que tenía en el rostro, y dádole cuenta Flavio del lugar y de la pelea donde recibió aquel golpe, le pregunta otra vez Arminio qué recompensa había tenido por ello. Contóle Flavio el aumento de sueldo, mostróle el collar, la corona y otros dones militares; riéndose Arminio y menospreciando la vileza del premio de su servidumbre.

Comenzaron después á discurrir, uno de la grandeza de los Romanos, de las riquezas de César, del castigo que daban á los vencidos, de la grande clemencia que usaban con quien se les rendía voluntariamente, y que hasta la mujer y el hijo del propio Arminio no eran tratados como enemigos. El otro alegaba le mucho que se debe á la patria, su antigua libertad y los dioses internos de Germania, su madre, compañera en los ruegos, exhortándole finalmente á que quisiese antes mandar y conducir á sus parientes y aliados como capitán, que desampararlos y perseguirlos como traidor. Con esto, pasando poco a poco hasta decirse injurias, ni aun el río que tenían en medio bastara á refrenarlos, si, acudiendo allá Estertinio, no hubiera detenido á Flavio, que lleno de ira y de enojo, pedía las armas y el caballo. Veíase en la otra ribera Arminio amenazando y denunciando la guerra, y entendíase lo que hablaba por mezclar muchas palabras latinas, como aquel que había militado ya en otro tiempo en el campo romano en calidad de capitán de su ciudad.

El día siguiente presentaron los Germanos la batalla de allá del Visurgo. Mas no pareciéndole al césar cosa de buen capitán aventurar las legiones sin hacer primero puentes y guarnecerlos bastantemente, hizo pasar por el vado la ca—, ●