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ridad y prestigio por la influencia religiosa del misionero, No admitía la conversión y odiaba al extranjero. Lo que más temía era que, abierto el camino á los españoles, éstos repitieran sus temidas entradas para esclavizar á los indios; y quizá no se equivocara en esto.

En concíbulo con otros secuaces, se acordó la destrucción de la misión y, antes que todo, la muerte de Mascardi. Para obrar más á mansalva, Antullanca le alejaría de Nahuelhuapí, con el incentivo de un nuevo derrotero á los Césares. Iría al misionero con la mentira que en los confines del Estrecho estaba lo que buscaba, y en el camino harían lo suyo. Bien ajeno á esta perfidia de Antullanca, Mascardi le agradeció la noticia y la compaña conque le brindaba y sin demora se alistó para el nuevo viaje.

Era el cuarto que emprendía. Esta vez no le acompañó la princesa Huanguelé, porque convino dejarla al cuidado de los poyas de la misión, sino un sargento con un pelotón de milicianos chilenos, así para la defensa de Mascardi, como en demostración de que el descubrimiento se hacía en