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servicio del rey. Con tan reducida escolta salió el misionero de Nahuelhuapí, entre Antullanca y sus puelches.

Sucedió lo de siempre. Mascardi se dejó llevar por donde los indios le decían, y así fué internándose por las pampas. Encontró á los indios en la misma buena disposición del año pasado, y esta primera impresión le hizo augurar un éxito feliz para su empresa. Como además de saber araucano y tehuelche, tenía un tino especial para insinuarse con los indios, en todas las tolderías averiguaba algo sobre los huincas.

Tropezó con un indio que chapurreaba el castellano, quien le dijo acababa de llegar de una ciudad de Aucahuincas, que tenían muchos caballos, ovejas y cerdos, y que, menos en las vacas, eran más ricos que los de Chile. Mascardi le propuso que les llevase una carta, y el indio dijo que la llevaría, pero que tardaría diez meses la respuesta.

—¿Tan lejos están?—preguntó el misionero.

—Sí; pero ya saben que tú andas buscándoles, y como eres su pariente, dicen que vendrán á verte á Nahuelhuapí.

—Entonces, ¿por qué no han venido?

—Porque mis hermanos no les permiten el paso—repuso el indio—; pero, vendrán por el mar.