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díamos leerlas; solamente pudimos conocer una M y una O y una D, por más que trabajamos.

Preguntéle:—¿Visteis más?

Respondióme:—Sí; más adelante, antes de llegar al navío, sería como al tercio de lo estrecho (el navío estaba á la mitad, un poco apartado del camino), descubrimos un cerro redondo, no muy alto, y en medio de la plaza de la coronilla vimos como un árbol de navío, hincado, y el cerro cercado de una pared. Fuimos allá, y llegando, la cerca era de la estatura de un hombre, poco más, de piedras de mampuesto sin barro, y el árbol era de navío, como de mesana, hincado en medio de la placeta del cerro que la figuraba tan grande como una cuadra; y á la redonda de todo el cerro estaban unos colgadizos de la pared que dijimos le cercaba, y dentro de ellos y de aquellas casillas muchos huesos mundos y calaveras que parecían de españoles, de donde colegimos que algunos cristianos se recogieron allí y los indios los tuvieron cercados, y murieron todos, ó de hambre, ó de sed, ó de lo uno y lo otro.

Y otra cosa no hallaron, ni más rastro de cristianos, hasta que volvieron al navío, en el cual entrando se volvieron al puerto donde estaba la capitana, y de allí, no dándoles el tiempo lugar, al Brasil, donde algunos soldados se quedaron, no pudiendo