Página:Los Césares de la Patagonia.pdf/81

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chas. Una de éstas dió en el blanco, traspasando al puma, que cayó en la tierra con la barriga atravesada y la flecha saliendo por el espinazo. El monstruo, en su agonía, daba rugidos tan terribles, que ninguno era osado acercarse á rematarlo.El Sol, entre tanto, había recobrado su apariencia risueña, regalaba á sus hijos con su mejor luz, y á la hora de costumbre se ocultó. Salió la Luna, y como viese al puma aún con vida, le fué tirando piedras para ultimarlo; tantas en número, que se amontonaron formando sierra, la sierra del Tandil. La última piedra cayó sobre la punta de la flecha, y en ella quedó clavada tal como se la ve. Pero el puma, aunque enterrado, no está muerto. Al apuntar los primeros rayos de la aurora se estremece de rabia, se mueve, como si quisiese atacar de nuevo al Sol, y hace oscilar la piedra que corona la flecha, siguiendo la dirección del astro.

Pasada la sierra del Tandil, como por énfasis se llama á una barricada de peñones que por algunas leguas eriza la pampa, volvió ésta á aparecer ante los expedicionarios con su imponente vacuidad. La gente, desalentada, requirió de Hernandarias los