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llevara por el camino de ia costa. El capitán paraguayo avino á ello, y con inaudito esfuerzo hizo un recorrido de 200 leguas, llegando á la embocadura de un río que él llamó Claro y después se llamó Negro.

Aqui tuvo la mala suerte de caer en un avispero de indios.

Se habían corrido la voz y entre todos se conjuraran á combatir á Hernandarias; y pareciéndoles que lo más seguro era echarle una celada al paso de los rios, avisaron á un cacique ribereño para que atajara á los extranjeros, pero que usase de sus artes y buena industria para dejarles acercar y obrar sobre seguro.

Llegó efectivamente Hernandarias á la orilla de aquel río, y como no estaba en su ánimo pelear con los indígenas, antes por el contrario, tratarlos de paz para que no le estorbaran en el camino, destacó dos jinetes á que pasaran á la otra banda á saludar al cacique de una toldería que en la barranca se veía. Para que causasen admiración á los indios, escogió dos apuestos donceles armados de punta en blanco, guarnecidos de chapas de plata los frenos y cabezadas de los caballos, y en sus personas, de plata también las pretinas, cintas, guarniciones y pomos de las espadas; de suerte que cada uno,