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en Chile la fábula, cambiando los protagonistas, atribuía este éxodo á los osorneses; en el Río de la Plata seguían creyendo en la supervivencia de los marineros de Sarmiento, uniéndolos á los primitivos Césares, los legendarios náufragos de la armada del obispo de Plasencia. Como desde la expedición de Sarmiento habían pasado treinta y cinco años, Cabrera creyó en la posibilidad de encontrar vivo tal cual sobreviviente, y á este fin practico agregaba también la vaga idea de hallar á los Césares.

Con este doble propósito partió de Córdoba el año 1622, con 400 hombres bien armados, doscientas carretas y seis mil cabezas de ganado.

El P. Lizárraga, que conoció la Córdoba del tiempo de Cabrera, la describe en estos términos: "La ciudad es fértil de todas frutas nuestras; danse viñas junto al pueblo, á la ribera del río, del cual sacan acequias para los molinos." Cabe, pues, la presunción que entre el avío de viaje de los expedicionarios cordobeses hubiera abundante provisión de bizcocho, y que algunas de las carretas fueran bodegas ambulantes con pelleios hinchados del rico morapio, al que los varones de Indias eran grandes aficionados como buenos españoles. Balúmen llamaban á esas carguíos de provisiones.