Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/33

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
Los Perseguidos
31
 

perspicacia excesiva para seguir el juicio del médico mientras se cuenta el caso hermano del nuestro es cosa muy de loco... Y la misma agudeza del análisis no hace sino confirmarlo. . Pero — aun en este caso de qué manera, de qué otro modo podría defenderse un cuerdo?

— ¡No hay otro, absolutamente otro!—se echó a reir el interrogado. Diaz me miró de reojo y se encogió de hombros sonriendo.

Tenía el deseo de saber que pensaba el médico de esa extralucidez. En otra época yo la había apreciado a costa del desorden de todos mis nervios. Echéle una ojeada, pero el hombre no parecía haber sentido su in fluencia. Un momento después salíamos.

—¿Le parece?...—pregnnté al siquiatra.

—Hum!.. creo que sí... — me respondió mirando al patio de costado. Volvió bruscamente la cabeza.

—¡Vea, vea!—me dijo apretándome el brazo.

Díaz Vélez, pálido, los ojos dilatados de terror y de odio, se acercaba cautelosamente a la puerta, como seguramente lo había hecho siempre—mirándome.

—¡Ah! bandido—me gritó levantando la mano —¡Hace ya dos meses que te veo venir!...