Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/32

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
30
Horacio Quiroga
 

Se lo promneti honradamente. Durante dos meses volví con frecuencia, sin que acusara jamás la menor falla, y aún tocando a veces nuestras viejas cosas.

Un día hallé con él a un médico interno. Díaz me hizo una ligera guiñada y me presentó gravemente a su tutor. Charlamos bien como tres amigos juiciosos. No obstante, notabu en Díaz Vélez— con algún placer, lo confieso cierta endiablada ironía en todo lo que decia a su médico. Encaminó hábilmente la conversasión a los pensionistas y pronto puso en tablas su propio caso.

—Pero Vd. es distinto — objetó el galeno. —Vd. está curado.

—No tanto, puesto que consideran que aún debo estar aquí.

—Simple precaución... Vd. mismo comprende.

—¿De que vuelva aquello...? Pero ¿Vd. no cree que será imposible, absolutamente imposible conocer nunca cuando estaré cuerdo — sin precaución, como Vd. dice?

¡No puedo, yo creo, ser más cuerdo que ahora!

— Por ese lado, no! — se rió alegremente.

Díaz torno a hacerme otra perceptible guiñada.

—No me parece—continuo—que se pueda tener mayor cordura consciente que ésta—permítame: Ustedes saben, como yo, que he sido perseguido, que una noche tuve una crisis, que estoy aquí hace seis meses, y que todo tiempo es corto para una garantía absoluta de que las cosas no retornarán. Perfectamente. Esta precaución seria sensata si yo no viera claro todo esto y no argumentara buenamente... Sé que Vd. recuerda en este momento las locuras lucidas, y me compara a aquél loco de La Piata que normalmente se burlaba de una escoba a la cual creía su mujer en los malos momentos, pero que riéndose y todo de si mismo, no apartaba de ella la vista, para que nadie la tocara... Sé también que esta