Página:Los bandidos de Río Frío (Tomo 1).pdf/40

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

28 LOS BANDIDOS

—Y no hemos tenido hijos...

—Al menos que yo sepa, y ¿por qué me haces esas preguntas?

—Porque vamos á tener un hijo, yo deseo que sea mujercita, Dios lo haga.

—Pero eso es imposible, interrumpió D. Espiridión, dejando caer la pesada espuela que en esos momentos se abrochaba en la bota.

—Como lo oyes.

—Y no te cabe duda?

—Ninguna.

—Vaya tendremos entonces un heredero, que al fin Pascual gozará de otra herencia más grande, y cabalmente el licenciado me ha citado para hoy, porque dice que ya ha mandado el gobierno que nos pongan en posesión del volcán, y entonces tendremos que mudarnos al pueblo de Ameca y dejaremos el rancho al cuidado de mi compadre Franco.

D. Espiridión se acabó de poner las espuelas y es embrocó su manga de paño café con dragona de terciopelo verde, porque la mañana era nublada y fría, y acercándose á su mujer le dijo:

¿No me engañas?...—y le dió un beso con la misma calma, con que limpiaba con un tetzontle el lomo de sus caballos.

—¡Engañarte! ¿y por qué? pero quita, que me picas con ese bigote que parece de cerdas de cochino,—dijo D.ᵃ Pascuala, limpiándose el carrillo.

—Bah! te vas volviendo delicada como todas las que están como tú,—contestó D. Espiridión montando á caballo, y dirigiéndose á la vereda:—espérame á comer, que antes de las doce estaré de vuelta, pero que se te