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40 LOS BANDIDOS

D.ᵃ Pascuala, desembarazándose de sus vestidos.—Mañana les he de decir que se bañen, y no sé por qué me late,—añadió, apagando la vela y metiéndose en la cama,—que la bruja me va á curar.


Mientras duermen, se levantan, se desayunan, y don Espiridión va á la villa á buscar al canónigo, daremos á conocer al lector á las brujas, con las cuales, antes que D. Espiridión, teníamos las mejores y más cordiales relaciones.

A poca distancia de la garita de Peralvillo, entre la calzada de piedra y la calzada de tierra que conducen al santuario de Guadalupe, se encuentra un terreno más bajo que las dos calzadas. Sea desde la garita, ó sea desde el camino, se nota un aglomeramiento de casas pequeñas, hechas de lodo, que más se diría que eran ó tesmascales ó construcciones de castores ó albergue de animales que no de seres racionales. Una puerta estrecha da á entrada á esas construcciones que contienen un sólo cuarto, y cuando más un espacio que forma ó una cocina de humo, ó un corralito. Los que transitan por las calzadas apenas ven atravesar esta extraña población uno que otro perro flaco, algún burro, que arranca las yerbas que nacen en las paredes de las mismas casuchas, y una ó dos inditas enredadas, sentadas á la puerta ó por el lindero de la calzada de piedra.

El resto parece sólo y abandonado. No es así, y por el contrario no hay casa que no tenga su propietario, ó propietarios, pues las habitan no siempre hombres sólos sino familias.

No deja de ser curioso saber cómo vive en las orillas