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DE RÍO FRÍO 39

canónigo Camaño me dirá dónde vive, pues lo sacó de un reumatismo que ya se lo llevaba Dios, y que ningún médico le había podido atinar.

—Entonces, mañana mismo. Estoy decidida.

—Mañana mismo estaré en la villa y veré al canónigo cuando acabe de decir su misa.

D. Espiridión consumió el tlachique que quedaba en el vaso, y se chupó el bigote cerdoso. D.ᵃ Pascuala, fatigada y costándole ya trabajo moverse, andar y agacharse, levantó con pereza el mantel, y echó en un plato los restos de los frijoles y los pedazos de tortilla y migajones de pan, para el almuerzo de las gallinas, y fué á dar un vistazo á Moctezuma III, el cual sólo había podido quitarse la chaqueta y una pierna del pantalón. Un zapato lleno de estiércol y lodo estaba en la almohada, junto á su boca, el otro en una olla de nixtamal.

—Nunca será nada este borrico, por más que yo me afane en enseñarle, y puerco que no hay que decir, y en eso se parece á Espiridión,—dijo D.ᵃ Pascuala, tirando la otra pierna del pantalón y aventando los zapatos en medio de la pieza. Ei heredero gruñó, se refregó con una mano los ojos y se volteó del otro lado, dormido como un marrano.

D.ᵃ Pascuala se dirigió á su recámara con su vela de sebo en un lustroso candelero de barro. D. Espiridión dormía ya boca arriba, en sus bigotes brillaban todavía las burbujas de tlachique, y su labio inferior tenía una franja encarnada como si adrede la hubiese hecho un pintor, y era seña evidente de que la cena habia sido de un mole de pecho ó de cecina.

—Los dos iguales, tan sucio el uno como el otro,—dijo