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—Y yo a la mía por el perfume delicioso de sus cabellos.

Pablo Emilio.—Y yo a la mía por la dulzura y la belleza de su alma. ¡Sí, señores romanos! Hoy empieza para nosotros una vida nueva. ¡Se acabó la soledad dolorosa! ¡Se acabaron las noches sin término, con sus malditos ruiseñores! ¡Váyanse al diablo ahora los ruiseñores y todos los demás pájaros!

El grueso romano.—Sí, ya es hora de comenzar una vida de familia.

(Entre las mujeres se oye una voz irónica: «¡Intentadlo sólo, y veréis!»)

—¡Silencio! Nos escuchan.

—¡Sí, ya es hora!

—Señores romanos, ¿quién será el primero?

(Una pausa. Nadie se mueve. Las mujeres prorrumpen en risitas irónicas.)

El grueso romano.—Yo me he reído ya bastante. Ahora les toca a los demás. ¡Tú, Pablo, anda!

—¡Qué monstruo! ¿No ves que la mía está durmiendo aún? Mira, allí, al lado de la piedra; es mi bonísima chiquilla.

Escipión.—De nuestra actitud indecisa e inquieta infiero, señores romanos, que ninguno de vosotros se atreve a acercarse solo a esas criaturas implacables. Voy a proponeros un plan...

El grueso romano.—¡Tiene un talento este Escipión!...

—He aquí cuál es mi plan: avancemos todos a