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liberar... ¡Más lejos! ¡Os lo ruego! No queremos que nos oigáis. ¡Quién es ese papanatas de la boca abierta? (Señala con el dedo a Pablo Emilio, que continúa mirando soñadoramente al cielo.) ¡Que se vaya también más lejos!

(Los romanos, contentos, cuchichean: «Esto toma buen cariz», y retroceden de puntillas; algunos se tapan honradamente los oídos.)


CONVERSACION DE LAS SABINAS


—¡Qué insolencia! ¡Qué cobardía! Han abusado de sus fuerzas esos viles romanos. ¡Oh, nuestros pobres maridos!

—Os lo juro: ¡antes les sacaría los ojos a todos los romanos que serle infiel a mi pobre marido! Puedes dormir tranquilo, caro amigo mío. ¡Velo por tu honor!

—¡Yo también lo juro!

—¡Y yo también!

Cleopatra.—¡Ah, mis queridas compatriotas! Todas juramos, pero no adelantamos nada con eso. Estos romanos son tan mal educados y brutales, que no se puede esperar de ellos que respeten nuestros juramentos. Al mío le he hecho sangre con los dientes en las narices.

—¿Te acuerdas de él?

Cleopatra. (Con acento de odio.)—¡No lo olvidaré hasta la tumba! Es un patán, un bruto. ¡Me estrechaba tan rudamente entre sus brazos! ¡Pobre marido mío!