Escipión.—¿Cómo?
Cleopatra.—¿Palabra de honor de que nos dejáis irnos?
Escipión.—¡Ya lo habéis oído!
Cleopatra.—Sí; mas podría ser que no lo dijerais en serio.
Escipión.—Completamente en serio.
Cleopatra.—Y si nos decidimos a irnos, ¿nos cogeréis de nuevo?
Escipión.—¡De ningún modo! ¡Qué pesadez, Dios mío! ¡Marchaos y no temáis nada!
Cleopatra.—Muy bien; ¿pero nos llevaréis en brazos?
Escipión.—¿Cómo?
Cleopatra.—¿No comprendéis? Pues es muy sencillo: ya que nos habéis traído aquí, debéis ahora llevarnos junto a nuestros maridos. La distancia es muy larga, y no podemos ir a pie.
(Las mujeres prorrumpen en risas sarcásticas. Escipión, ahogándose de cólera, quiere decir algo; pero se limita a herir furiosamente el suelo con el pie y se va con sus camaradas. Todos los romanos les vuelven la espalda a las mujeres, se sientan en el suelo y permanecen en tal guisa mientras las mujeres deliberan.)
Cleopatra.—¿Habéis oído, queridas amigas? Nos dejan partir.
Verónica.—¡Es terrible!
—¡Nos echan! Es innoble. ¡Raptar a honradas mujeres, trastornarlo todo a media noche, despertar a los niños, suscitar desórdenes! Y todo,