Chevirev—. Un diablo muy grande ha cogido una viga y me la ha tirado entre las piernas, me ha hecho caer y ha pretendido estrangularme. Pero yo he acabado por vencerle. ¡Se ha llevado lo suyo!... Me han amenazado cuando huían con volver esta noche. Si oye usted ruido, no se asuste; pero venga y verá. ¡Es interesante; se lo aseguro!
Y seguía durante largo rato, con gran copia de curiosos detalles, hablando del combate nocturno.
Pero, de todos los enfermos, el que peor estaba era Petrov. Las nieblas del otoño, que por las ventanas invadían la clínica, le inspiraban la idea de que todo se había acabado, y a cada momento esperaba un suceso terrible. El presentimiento de una desgracia próxima era en él tan intenso, que permanecía horas y horas inmóvil, sin atreverse a levantarse. Estaba seguro de que mientras no se moviese nada malo podía ocurrirle, y de que con sólo levantarse, con sólo moverse de su sitio, con sólo volver la cabeza, la desgracia terrible ocurriría inmediatamente. Pero una vez en pie, y habiendo comenzado a andar, no se atrevía ya a pararse, pues se le antojaba que el peligro estaba precisamente en la quietud. Y andaba más aprisa a cada momento, volviéndose con una frecuencia creciente, lanzando en todas direcciones miradas de pavor, hasta que caía muerto de cansancio en la cama.
Por la noche escondía la cabeza bajo las almohadas y las sábanas, de tal manera que se ahogaba; pero no se atrevía a sacarla, aunque la ha-