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bitación estaba bien alumbrada y frente a la cama dormía una enfermera, a quien el doctor, en vista del estado inquietante de Petrov, había encargado de vigilarle toda la noche. Como durante el día, Petrov unas veces no se atrevía a moverse y parecía un cadáver, y otras sacudía todo el cuerpo, como si temblara de frío. Todo su horror se concentraba en su madre, en la pobre vieja de cara pálida. No pensaba ya que fuera cómplice de los médicos que querían perderle. Ni siquiera razonaba el horror que le inspiraba; pero temía ver su cara y oírle decir: «¡Hijito mío!»

No sabía lo que ocurriría en ese momento, y no se atrevía a pensarlo. Y a toda hora sentía que la pobre vieja estaba allí, muy cerca. Estaba seguro de que se paseaba por el bosque vecino, con su gorro de pieles, y de que se ocultaba debajo de la mesa, debajo de la cama, en todos los rincones obscuros. Durante la noche permanecía en pie detrás de la puerta, tratando de abrirla suavemente.

El domingo anterior, por la mañana, había estado a verle. Durante una hora estuvo llorando en el aposento del doctor; Petrov no la vió; pero a media noche, cuando todos dormían ya, tuvo un ataque de locura. Se llamó a toda prisa al doctor, que estaba en Babilonia, y cuando llegó, Petrov se encontraba ya mucho mejor, gracias a la presencia de gente y a una fuerte dosis de morfina que le habían dado; pero seguía temblando de pies a cabeza y jadeando. Medio ahogándose,