hija ha sido infiel a su prometido! Es una vergüenza para ella y para mí; pero no quiero ocultarla
Elsa.—¿Dónde está Enrique? ¡Voy a volverme loca! ¿Por qué todas esas antorchas? Lanzan un resplandor terrible. Enrique, ¿dónde estás?
El conde.—¡Representas bastante bien la comedia, hija mía! Sin embargo... Astolfo, refiere lo que has visto.
Astolfo.—Estábamos aquí, en este mismo escalón...
El conde.—¡Más aprisa, muchacho! Sé lacónico.
Astolfo.—Y vimos de repente a alguien, que llevaba una vieja capa y parecía un criado, abrazar a la condesa. «¡Qué desgracia!—me dijo el conde—. Mi hija le es infiel a su prometido. Nunca una cosa así ha deshonrado a nuestra familia!»
El conde.—¡Más aprisa, muchacho!
Astolfo.—El conde añadió: «Coge tres hombres, cae sobre el malhechor, átale a los pies plomo y piedras y...»
Valdemar.—¿Y lo has hecho? ¡Oh, cielos! ¿Dónde está el duque entonces?
(Silencio.)
El conde. (Señalando con la mano.)—Ahí, en el fondo del estanque.
(Gran agitación entre los asistentes.)
Elsa.—¡Enrique! ¡Espectro querido de los labios ardientes! ¡Voy a reunirme contigo, amado mío!
(Cae muerta.)