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Valdemar.—Sí, a vos. El duque estaba aquí. Ved la prueba: aquí está su guante.

(Asombro. Gritos de indignación.)

Valdemar.—Sí, ha estado aquí, donde tenía una cita con vuestra hija.

(Los gritos de indignación aumentan.)

El conde.—Estáis en un error, caballero. Aun que yo no vea con buenos ojos la boda del duque con mi hija, no puedo creerle un ladrón que se cuele por un agujero en el castillo, cuando todas las puertas están abiertas para él de par en par. No tenemos motivos para amar al duque; pero le debemos respeto por el rango que ocupa. Y aunque sois tan amigo suyo, le conocéis muy poco si le juzgáis capaz de atentar contra el honor de su prometida y contra el mío. Buscad a vuestro duque en cualquier otro sitio; acaso le encontréis en una taberna del camino, empinando el codo...

(Los barones del conde ríen. Los del duque hacen gestos amenazadores y lanzan gritos de indignación.)

Valdemar.—¡Registraré de arriba abajo el castillo!

El conde.—Haced lo que os plazca... (Una corta pausa.) Pero oíd un momento. Astolfo, ven aquí. '(A Valdemar.) ¿Estáis seguro, caballero, de que el duque no está entre vosotros? Eso me inquieta: temo que haya sido víctima de un advenedizo. Yo no quería revelar este secreto sino al propio duque; pero puesto que sois su amigo... Caballeros, escuchad lo que voy a deciros: ¡Mi