—¿Cómo que no? ¿Por qué?
—Con mi oficio, ¿cómo quiere usted que yo vaya a la iglesia?
—Pero irá usted a confesar.
—No.
Las respuestas eran bien claras. Iluminada por la luz eléctrica, la testigo parecía de mejor color y más joven, acaso también a causa de la emoción. A cada una de las respuestas, el público se miraba, divertido, risueño. Alguien, con aspecto de artesano, en los últimos bancos, se hallaba en el colmo del regocijo.
—¡Esto va siendo interesante!—proclamó, en voz tan poco queda, que se le oyó en toda la sala.
—Pero rezará usted...——preguntó el presidente.
—No. Antes rezaba; mas hace ya tiempo que no lo hago.
El miembro del tribunal que se encontraba a la izquierda del presidente le dijo por lo bajo:
—¿Por qué no les pregunta usted a las demás mujeres? ¿Acaso tampoco querrán prestar juramento?
El presidente tomó la lista de testigos y leyó:
—¡Pustochkina! Usted también, a lo que parece, se ocupa...
—¡Sí, también yo soy prostituta!—respondió con apresuramiento, casi con orgullo, una muchacha no menos bien trajeada.
Estaba muy contenta de verse en la sala del tribunal, donde todo le gustaba. Había ya cambiado algunas miradas con el joven abogado.