—¿Usted es, con todo, cristiana?
—No, no soy cristiana. Si fuera cristiana, no sería prostituta.
La situación se complicaba. El presidente, frunciendo las cejas, consultó a su colega de la izquierda y se dispuso a hablar; pero cayó en la cuenta de que también debía consultar a su colega de la derecha, y se inclinó hacia él. El juez, sonriendo, hizo con la cabeza un signo de aprobación.
—Escuche usted—dijo el presidente, dirigiéndose a Karaulova—. El tribunal ha decidido explicarle a usted su error. Usted no se considera cristiana porque se dedica a ese oficio; pero está equivocada. Es un error, ¿comprende usted? Su oficio no le interesa al tribunal, sino solamente a usted y a su conciencia. Nosotros no podemos mezclarnos en eso. Su oficio no puede impedirle a usted el ser cristiana. ¿Comprende? Se puede ser ladrón o bandido, sin dejar por eso de ser cristiano, mahometano o judío. Todos nosotros, los jueces, los jurados, el fiscal, tenemos nuestras respectivas profesiones, y eso no nos impide el ser cristianos...
Hizo una corta pausa, como si buscase palabras, y continuó:
—¿Ha comprendido usted? Su oficio es una cosa por completo ajena a esta cuestión. Si usted practica los ritos de la religión cristiana, si frecuenta la iglesia... ¿Verdad que frecuenta la iglesia?
—No.