Página:Los ladrones de Londres.djvu/52

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rándose secamente —Estaba yo bien seguro! Desde el momento tuve el extraño presentimiento de que ese pilluelo algun dia se haria colgar de una horca.

—Tambien ha intentado asesinar á la criada! —dijo Bumble pálido de terror.

—Y luego á su ama! —añadió Noé.

—No habeis dicho que tambien á su amo? —repuso el pertiguero.

—No señor; porque habia salido de otro modo le hubiera asesinado —replicó Noé —Así lo ha dicho.

—Hijo mio! con que ha dicho que lo quería asesinar? —dijo el caballero del chaleco blanco.

—Si. —repuso Noé —Y á propósito mi ama me envía para suplicar á Mr. Bumble venga por un momento á casa si puede para zurrar á Oliverio ya que mi amo está ausente.

—Tienes razon amiguito! tienes razon! —dijo el caballero del chaleco blanco con aire melifluo, y pasando su mano sobre la cabeza de Noé que era mas alto que el á lo menos de tres pulgadas añadió —Toma ahi tienes un sueldo para tí. Bumble! corred con vuestro baston á casa Sowerberry y ved vos mismo lo que hay que hacer. No haya cuartel Bumble; lo entendeis?

—Perfectamente. —replicó el otro encajando un látigo que se adaptaba al estremo de su baston y del que se servia para imponer correcciones parroquiales.

—Decid á Sowerberry que tampoco le perdone. Solo á golpes se podrá algo con él. —dijo el hombre del chaleco blanco.

Ajustados el baston y el tricorne cada uno en su lugar y sitio con gran satisfaccion de su comun dueño, Mr. Bumble y Noé Claypole se dirijieron precipitadamente á la casa de Sowerberry.

En ella el estado de los asuntos no habia mejorado lo mas mínimo. Mr. Sowerberry aun no habia vuelto y Oliverio continuaba dando puñetazos á la puerta de la carbonera con brio igual. El fiel relato que Carlota y la Señora Sowerberry hicieron de la ferocidad del niño fue le un carácter tan alarmante que Mr. Bumble