juzgó prudenle parlamentar antes de abrir la puerta. De consiguiente dió por si mismo un puntapié en ella á guisa de exordio, y aplicando sus labios al ojo de la llave dijo con tono grave é un ponente.
— Oliverio!
— Abrid esta puerta! — respondió el niño.
— Oliverio reconoces esta voz? — preguntó el pertiguero
— Si. — repuso Oliverio.
— Y no os da miado? No temblais, mientras os hablo?
— No. — respondió Oliverio con resolucion.
— Una respuesta tan diferente de la que tenia derecho á esperar y á la que no estaba acostumbrado, desconcertó en gran manera á Mr. Bumble. Dió tres pasos atrás, se empinó todo derecho y paseó alternativamente sus miradas sobre los tres espectadores sin poder proferir una palabra.
— Ya lo veis Señor Bumble! — dijo la Señora Sowerberry — Es necesario que esté loco. Otro muchacho que no poseyera mas que la milad de su razon, se guardaria muy bien de hablaros de este modo.
— No es la locura señora! — dijo Mr. Bumble despues de algunos instantes de refleccion — Es la comida!
— Que me decís? — esclamó la Señora Sowerberry.
— La comida señora! — repuso el pertiguero con tono enfálico — No mas que la comida. Lo habeis sobrecargado de alimento; habeis erijido en él un alma y una inteligencia arlificiales que de ningun modo convienen á las personas de su clase; como os lo dirán por su propio labio los Administradores que son filósofos experimentales señora Sowerberry. Que necesidad tienen los pobres de poseer una inteligencia y un alma? No basta el que hagamos vivir? Si vos señora no le hubieseis dado mas que puches no hubiéramos llegado á este caso.
— Dios mio! Dios mio! — esclamó la Señora Sowerberry elevando piadosamente sus ojos al techo de la cocina — Es posile que esto dimane de un exceso de liberalidad.