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quisieron, y yo porfiaba en que usted, al contrario, les • habia dado calabazas á los dos.

—Así es... ;Qué mentirosa!... ¡qué embusterona! Y quién es esa mujer?

—No me lo pregunte usted, porque soy enemiga de meter chismes.

—-Sf, me lo ha de decir usted. ¡Se ha visto semejante embustera!

—Basta ya... usted no puede figurarse cuánto sentf no saber toda la historia para confundir á aquella mujer.

—Es una mentira la más grande del mundo,-dijo Perpetua.-Por lo que toca á Pepe, todos saben y han visto...

Antoñuelo, entorna la puerta y sube, que voy allá al instante.

Antoñuelo respondió que sí por la parte de adentro, y Perpetua continuó su narracion.

Enfrente de la puerta de D. Abundo habia entre dos casillas una callejuela, que luégo torcia hácia el campo. Inés se fué insensiblemente retirando á ella, como si quisiese ponerse en paraje donde poder hablar con más libertad, y Perpetua la fué siguiendo maquinalmente.

Así que volvieron la esquina y se hallaron donde no podia verse lo que pasaba delante de la casa de D. Abundo, Inés tosió muy recio, que esta era la señal concertada.

Oyóla Lorenzo, animó á Lucía apretándole el brazo, y los dos de puntillas volvieron tambien su esquina, se cosieron á la pared, se acercaron á la puerta, la abrieron poco á poco, y uno á uno entraron en el zaguan. Allí los aguardaban los dos hermanos. Lorenzo echó con gran tiento el pestillo, y los cuatro subieron la escalera, sin meter más ruido que el que meterian dos personas. Llegados todos á lo alto, los dos hermanos se acercaron á la puerta del cuarto que estaba á la derecha de la escalera, y los dos novios se estrecharon á la pared.

—Deo gracias!-dijo Antoñuelo con voz vigorosa.

Antoñuelo, entra,-respondieron de adentro.

Abrió Antoñuelo la puerla sólo lo preciso para entrar con su hermano uno tras otro. El golpe de luz que salió de repente por la parte abierta de la puerta, cruzando el pavimento oscuro del rellano, atemorizó á Lucía, como si creyese ser vista. Entrados los dos hermanos, Antoñuelo cerró la puerta, y los novios quedaron inmóviles en la oscuridad con el oido atento y deteniendo et resuello, por manera que el ruido mayor era el que metian los latidos del corazon de la pobre Lucía.