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guera. Hecho esto, llamó suavemente á la puerta, con ánimo de suponerse un peregrino extraviado que pedia hospedaje hasta que amaneciese. Como nadie respondiese, Ílamó de nuevo algo más fuerte, y viendo que ninguno resollaba, hizo venir otro bandolero, mandándole que bajase al corral como los otros dos, con el encargo de levantar ó correr poco á poco por la parte de adentro el cerrojo para tomar la libre entrada y salida. Todo se ejecutó con gran tiento y feliz resultado. Va entónces á llamar á los demas, los hace entrar consigo y los oculta al lado de los primeros. Abre despues la puerta con mucha precaucion, coloca allí dos centinelas, y marcha en derechura á la otra puerta del piso bajo. Allí ilama igualmente, y aguarda en vano que le respondan: empuja tambien poquito á poco aquella puerta; pero nadie pregunta: ¿Quién es? Nadie se mueve, y segun el Canoso, la cosa iba perfectamente. Llama, pues, á los que estaban escondidos detras de la higuera, y entra con ellos en aquel cuarto bajo en donde por la mañana habia traidoramente mendigado un pedazo de pan.

Saca eslabon, piedra, yesca y pajuela, enciende una linternita que llevaba consigo, entra en otro cuarto más adentro para cerciorarse si habia álguien, y á nadie encuentra.

En seguida vuelve alras, se asoma á la puerta de la escalera, aplica él oido, y todo es soledad y silencio. Deja en el piso bajo otras dos centinelas y hace que le siga el Gritapoco, un bravo de la ciudad de Bérgamo, que era el que debia amenazar, acallar, mandar, en una palabra, ser el que hablase, á fin de que su dialecto hiciese creer á Inés que la expedicion venía de aquel país.

Con esie valenton al lado y los otros detras subió el Canoso la escaler2 muy de quedo, echando un voto para sí á cada escalon que rechinaba y á cada pisada de aquellos bribones que metia algun ruido.

Liegado arriba, «aquí está la liebre,» dijo entre sf, y empujando suavemente la puerta de la primera pieza, mete la cabeza y encuentra oscuridad, aplica el oido para oir si alguno ronca, respira ó se menea; pero nadie se mueve:

avanza entónces, se pone la linterna delante, para ver sin ser visto, abre de par en par la puerta, y viendo una cama corre hácia ella, pero la encuenira hecha y vacía. Se encoge de hombros, vuelve á los compañeros, les hace señal de que va á la otra pieza y que le sigan sin meter ruido.

Con efecto entra en ella, hace las mismas ceremonias, y encuentra lo mismo: «;Qué diablos es esto? dijo en voz alta. ¿Si alguno nos habrá vendido?» Todos entónces se