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pero limitadas y linguidas, que puede suministrar la primacia en un convento, contrapouan las otras las imagenes extensas y britlantes de esposo, de banquetes, de tertulias, de ciudades, de justas, de vestidos, de galas, de coches, etc. Eslas imagenes produjeron en el cerebro de Ger- Trudis aque! movimtentoy desco que excitaria un canastillo de lores frescas colocadas en un rincon. Sus padres y sus maestros habian fomentado y anmentado en eila su vanidad natural, contrayéndola ai ciaustro; pero en euanto estimularon esta pasion id as mas analogas á su caracter, se entregó muy presto á ehas con ardor as vivo y mas espontanco. Para no ser ménos que sus compañeras. 6 para ceder al mismo tiempo à sus litievas incimaciones, r'espondia que en resumidas cuentas nadie podia ponerie la toca sin su consentimiento; que elia tambien podia tener un marido, vivir en uu palacio, y d sirutar de las diversiones dei siglo mejor que touas ellas; qu podia hacerlo siempre que quistere, que quizi querria y realmeute la inquieta timiento, que hasta eutónees habia estado romo aletargada en su meute, se deseuvoivió mauifestandose en toda su fuerza. A cada instante la ilamaba Gertrudis en su auxilio, para recrearse tranquitamente en la perspectiva de faturos placeres; pero detras de esta idea vena sieu:pre la de que era preciso egar aquel consentimiento al Principe su padre, que ya contaba con él, ó á lo ménos lo aparentaba, y con esta idea el auimo de la hija estaba muy léjos de tener aquella seguridai que ostentaban sus palabras. Coniparálase entónces con sus compaieras, euya stuerte no era dudosa, y entónces experinmentaba aquella envidia que pensó excitar en elias. Envidiandolas las odiaba; à veces el odio se evaporaba en desaires, groserias y sarcastmos; otras le adormecia la conformidad de inciinaciones y esperanzas, y de aqui resultabá una aparenle y lisonjera intiinidad.

Otras veces, queriendo gozar entretanto de alguna cosa real y presente, se saboreaba con ias distineiones que le hacian, procurando herir el amor propio de las demas con tal superioridad; y otras, en lin, no putiendo soportar en silencio sus teores y sus deseos, iba easi humillada á buscar á aquellas mismas compañeras, impioraudo de eilas benevolencia, valor y consejos. E tre estas depiorables alternativas de pequeña guerra consigo y con las otras, pasó Gertrudis la puericia, y entraba ya en aquella edad peligrosa, en la cual parece que se introduce en el animo una el d seo. La idea de la necesidad de su co sen-