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| de; y así creyó sin duda que en aquella ciudad, mejor que en otra parte, tratarian á su hija con loda la distincion y las atenciones que pudiesen lisonjearla, cuando eligió aquel convento para su perpétua morada. Con efecto, no se equivocó. La Abadesa de entónces, y algunas monjas de las que, como se uele decir, tenian la sarten por el mango, hallándose enredadas en ciertas contiendas con otro convento y con várias familias del país, tuvieron á gran suerte que se les proporcionase semejante apoyo: recibieron con gratitud la honra que se les hacía, y correspondieron en todo á las intenciones que el Principe dejó traslucir con respecto á la colocacion de su hija, intenciones que, por otra parte, estaban en grande armonía con el interes de las mismas monjas. Apénas entró Gertrudis en el convento, se llanó por antonomasia la Señorita, y se le señal6 lugar distinguido en la mesa y en ei dormitorio. Proponian además su conducta á sus compañeras como por norma, se la regalaba con dulces y caricias sin término, acompañándolo todo con aquella familiaridad respetuosa que tanto engríe á los niños cuando ven que la gastan con ellos aquellas personas que tratan á los demas niños con tono habitual de autoridad. Šin embargo, no todas las monjas se ocupaban en hacer caer en el lazo á la pobrecilla. Muchas habia muy sencillas y ajenas de toda trama, las cuales se hubieran horrorizado sólo con pensar que podian ser capaces de sacrificar á una muchacha por miras de interes; pero de éstas, unas se ocupaban únicamente en sus negocios particulares, otras no advertian semejantes manejos, otras no conocian la gravedad del delito, otras se abstenian de discurrir sobre ello, y otras callaban por no dar escándalo inútilmente.

Alguna habia tambien que, acordándose de haber sido seducida del mismo modo para que hiciese una cosa de que se arrepintió, se lastimaba de aquella pobre inocente, y se desahogaba con hacerla melancólicas caricias, estando muy léjos Gertrudis de sospechar que en aquellas habia un misterio. Entretanto, la trama iba adelante, y quizá hubiera continuado de la misma manera hasta el fin, si no hubiera habido más muchachas que Gertrudis en el convento. Pero entre sus compañeras de educacion, algunas habia destinadas á casarse. Gertrudis, criada en las idcas de superioridad, hablaba con énfasis de su futuro destino de abadesa, esto es, de princesa del convento; en una-palabra, queria á toda costa ser objeto de envidia para las demas, y se admiraba y sentia que algunas no se la tuviesen ni poco ni mucho. A las imágenes majestuosas,