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| Ignoraba el buen hombre cuán terrible era la cuerda que tocaba, y Gertrudis hizo un grande esfuerzo para que no se notase en su rostro el efecto que producia en su animo aquella pregunta.

—El motivo-contestó-es el de servir á Dios, y huir de de los peligros del mundo.

—;Seria acaso algun disgusto? algun... (usted perdone) algun capricho? A veces una cosa momentánea puede hacer una impresion que parezca perpétua; pero así que cesa la causa, y el ánımo se muda, entónces...

—No señor, no señor,-respondió precipitadamente Gertrudis;-la causa es la que he indicado.

El Vicario, más bien para cumplir con su obligacion que porque lo juzgase necesario, insistió en las preguntas; pero Gertrudis estaba resuelta á engañarle: porque además de la repugnancia que le causaba el descubrir su debilidad á aquel eclesiástico, que al parecer estaba muy léjos de sospechar de ella semejante cosa, no dejaba de ocurrirle que, aunque bien podia el Vicario impedir que fuese monja, allí acababa su auloridad sobre ella y su proteccion, y que en cuanto aquél se ausentase, se quedaria con su padre á solas. De todo lo que entónces tendria que sufrir nada sabria el Vicario, y áun sabiéndolo, lo más que podria nacer con toda su buena intencion seria compadecerla. En este supuesto, ántes que de mentir Gertrudis, se cansó de preguntar el examinador, el cual, viendo que todas las respuestas eran idénticas, y no teniendo motivo alguno para dudar de su veracidad, mudó de lenguaje, diciéndole todo lo que creyó conveniente para confirmarla en su buen propósito, y felicitándola acerca de su resolucion se despidió de ella.

Al atravesar las salas, á la salida, se encontró con el Principe, que al parecer pasaba casualmente por ellas, y le dió el parabien de las excelentes disposiciones de su hija. El Príncipe, que hasta entónces habia estado en una penosa ansiedad, respiró al oir semejantes noticia, y olvidando su gravedad acostumbrada, fué casi corriendo á ver á Gertrudis, colmándola de alabanzas, caricias y promesas con un placer verdaderamente cordial, y una ternura en gran parte sincera: tales son las contradicciones del corazon humano.

Nosotros no seguiremos á Gertrudis en aquella serie de continuadas fiestas y diversiones á que por ultima vez se entregaba, ni describiremos parcialmente y por órden progresivo todos los movimientos de su ánimo en aquel espacio de tiempo, porque sería una bistoria de penas y fluctua-