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guntas que púdieran hacérsele, entró en la conversacion acostumbrada de las dulzuras y placeres que gozaria Gertrudis en el convento, y con esto la estuvo entreteniendo hasta que un criado avisó que allí estaba el señor Vicario examinador. El Principe, despues de un breve recuerdo á su hija acerca de las prevenciones que acababa de hacerle, la dejó sola con el Vicario, segun estaba nıandado.

Venia el buen eclesiástico casi convencido de que Gertrudis tenía un gran vocacion al elaustro, porque así se lo habia dicho el Principe cuando fué á verle. Bien es verdad que, como sabía que la desconfianza era una de las cualidades más necesarias en su oficio, tenía por máxima andar despacio en dar crédito á semejantes aseveraciones, procurando no dejarse preocupar; pero rara vez sucede que las aserciones de persona autorizada no tiñan de su color la mente de quien la escucha. Despues de los cumplimientos de costumbre, dijo el Vicario:

—Señorita, yo vengo á hacer el oficio del demonio, porque vengo á poner en duda lo que usted en su súplica ha presentado como cierto; vengo á hacerle presente las dificultades, y á cerciorarme de si las ha meditado con reflexion. Permitame, pues, que le haga algunas preguntas.

—Pregunte usted lo que guste,-contestó Gertrudis.

Principió entonces el Vicario á interrogar en la forma prescrita en los reşlamentos, diciendo:

—¿Está usted'libre y espontáneamente resuelta á hacerse monja? ¿Se han empleado amenazas 6 halagos? Hable usted sin reparo y con loda veracidad á una persona cuya obligacion es conocer su verdadera voluntad, para impedir que se la violente de modo alguno.

La verdadera respuesta á semejante pregunta se presentó á la mente de Gertrudis con un aspecto espantoso. Para darla era necesario entrar en una explicacion; nombrar al que la habia amenazado; en una palabra, referir una historia. Aterrada la infeliz, desechó semejante idea, y acudió á buscar cualquiera otra contestacion, la que mejor y más presto la sacase del conflicto.

—Entro monja-dijo ocultando su turbacion-por gusto mio, y por mi propia voluntad.

—¿Qué tiempo bace-continuó el Vicario-que tiene usted ese pensamiento?

—Siempre lo he tenido,-contestó Gertrudis, más franca ya despues del primer paso para mentir contra sí misma.

—¿Pero cuál es el motivo principal que la induce á entrar monja?