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| hubiera podido Gertrudis ser una monja santa, y vivir conforme y tranquila con su resolucion, como quiera que la hubiese tomado; pero la infeliz, al contrario, recalcitraba contra el yugo, y de este modo se le hacia más duro su peso. Un recuerdo repetido de la libertad perdida, un aborrecimiento implacable á su estado, y un vagar continuo en pos de deseos que jamás podrian satisfacerse, eran las ocupaciones principales de su ánimo.

Volvia y revolvia en su mente las amarguras del tiempo pasado; traia á su memoria todas las circunstancias que la habian condueido donde se hallaba: mil veces hacía y deshacía con el pensamiento lo que habia hecho con las obras; se culpaba á si misma de cobardia, y á los demas de violencia y perfidia, y se consumia en su interior. Idolatraba y deploraba al mismo tiempo su hermosura; lloraba su juventud destinada á destruirse en un lento martirio, y en algunos momentos envidiaba la suerie de cualquiera mujer que pudiera, fuese como fuese, gozar en el mundo de aquellos dotes.

Miraba con odio á todas aquellas monjas que habian cooperado á reduciria á semejanle situacion. Se acordaba de las artes y artficios que habian empleado, y se los pagaba con otras tantas descortesías, cavilosidades, y áun abierlas reconvenciones. Tenian éstas que aguantarlo todo, porque, aunque el Principe quiso tiranizar á su hija, nunea hubiera consentido que su sangre quedase desairada, y cualquiera pequeña queja que aquélla hubiese dado, pudiera haberles hecho perder la poderosa proleccion de su padre, y quizá convertir en enemigo á tal protector. Parecia regular que Gertrudis tuviese alguna propension á las otras monjas que ninguna parte tuvieron en aquellos funestos manejos, que, sin haberla deseado por compañera, la ama-..

ban como tal, y que virtuosas, ocupadas en sus labores, y alegres, le manifestaban con su ejemplo cómo allí se podia, no sólo vivir, sino tambien vivir agradablemente; pero á éstas las odiaba tambien por otro estilo. Sus semblantes, en que se notaba la piedad y el contento, eran para ella una especie de reconvencion con que se le echaba en cara su disgusto y su extravagante conducta, y así no perdia ocagion de burlarse de ellas por detras, calificándolas de gazmoñas y mojigatas. Quizá las hubiera despreciado ménos si hubiera sabido 6 sospechado que ellas fueron las que echaron aquellas pocas bolitas negras que se encontraron en la urna cuando se votó su admision.

No obstante, algun consuelo encontraba á veces en el