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mando, en verse obsequiada dentro y visitada con adulacion por las personas de fuera, en salir bien de varios empeños, en franquear su proteccion, y en que la diesen el dietado de señora; pero ;qué consuelo! Poco despues de su profesion, la nombraron maestra de X educandas. Figúrese cualquiera cómo estarian aquellas niñas bajo su direccion. Sus antiguas compañeras habian salido ya; pero ella conservaba todas las pasiones de aquel tiempo, y de un modo ó de otro las jóvenes debian sentir el peso de ellas. Cuando se acordaba de que algunas estaban destinadas á aquel çénero de vida á que ella nunca p0- dia aspirar, las miraba casi con rencor, las trataba con aspereza, y las hacía pagar anticipadamente la felicidad de que esperaban gozar algun dia.

Quien hubiese visto en aquellos momentos la aspereza magistral con que las reconvenia por cualquier pequeño descuido, la hubiera juzgado como una mujer irreprensible. Otras veces manifestaba de un modo enteramente opuesto: entinces no solamente toleraha las elamorosas diversiones de sus discípulas, sino que las provocaba, se mezelaba en sus juegos. y por ella llegaban á ser ménos arreglados; tomaba parte en sus conversaciones, y las llevaba más allà de la intencion con que aquellas las habian empezado.

Si por casualidad se hacia mencion de algun resabio de la madre Abadesa, la maestra les hablaba continuamente de él, convirtiéndole en una escena de comedia. Ya remedaba con gestos la eara de una monja, ya el porte de otra, riéndose de ellas á careajadas. De esta manera vivió algunos años, no habiéndosele proporcionado medio ni oportunidad para otra cosa, cuando quiso su desgracia que una ocasion se le presentase.

Entre los privilegios y distineiones que se le habian concedido para indemnizarla en algun modo de la imposibilidad de ser abadesa por su corta edad, gozaba la de tener habitacion separada. Contigua á aquel lado del convento se hallaba una casa en que vivia un jóven, malvado de profesion, uno de los muchos que en aquella época, con sus bravos y su union con otros malvados de la misma calaña, podian hasta cierto punto burlarse de la fuerza pública y de las leyes. En el manuscrito ya citado se le llama Egidio, v nada más. Este, desde una ventanilla stya; que cana á un patio de aquella parte del convento, habia visto algunas veces á Gertrudis pasear y dar vueltas por allí en momentos de ociosidad, y como los peligros y la impiedad de las misma aversion que tenia al elaustro se