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-Pero, señores,-replicó D. Abundo con la voz pacata de un hombre que quiere persuadir á un impaciente;-pero, señores, pónganse ustedes en mi lugar. Si ia cosa estuviese en mi mano... Ya ven ustedes que yo no tengo en ello interes alguno.

—¡Ea!-interrumpió otra vez el bravo:-si la cosa se hubiese de decidir con argumentos, convengo en que no saldriamos bien librados; pero nosotros no entendemos de razones, ni nos gusta maigastar saliva. Ya estais prevenido...

y al buen entendedor...

—Ustedes son demasiado racionales para...

—Como quiera,-interrumpió el bravo que hasta entónces no habia hablado,-el casamiento no ha de hacerse... (aquí echó un tremendo voto). y el que lo hiciere no tendrá que arrepentirse, porque le faltará tiempo, y... (aquí otro volo).

—¡Vaya, vaya!-repuso el primer bravo;-el señor cura conoce el mundo, y nosotros somos hombres de bien, que no queremos hacerle daño, siempre que tenga prudencia.

Señor cura, reciba usted expresiones del Sr. D. Rodrigo.

Este nombre hizo en el ánimo de D. Abundo el mismo efecto que en noche de tormenta un relámpago, que iluminando rápida y confusamente los objetos, aumenta el espanlo. Bajó como por instinto la cabeza, y dijo:

—Si ustedes supiesen indicarme un medio...

—ilndicar medios á un hombre que sabe latin!-interrumpió el bravo con una sonrisa cntre burlona y feroz.- Eso le toca á usted. Sobre lodo, chiton; y nadie tenga noticia de este aviso que le damos por su bien. De lo contrario... ¿Está usted? Hacer semejante casamiento sería lo mismo que... En fin, ¿qué quiere usted que digamos al señor D. Rodrigo?

—Que soy muy servidor suyo.

—No basta, señor cura. És preciso que usted se explique.

—Siempre, siempre dispuesto á obedecer sus mandatos...

Pronunciando D. Abundo estas palabras, él mismo no sabía si hacía un mero cum plimiento, 6 una prcmesa. Tomáronla los bravos, 6 aparentaron lomarla, en este último sentido, y se despidieron, dándole las buenas tardes. Don Abundo, que poco ántes hubiera dado un ojo de la cara por no verlos, deseaba ahora prolongar la plática, y así cerrando el breviario con ambas manos, empezó diciendo:

«Señores...» pero los bravos sin dar!e oidos tomaron el camino por donde él mismo habia venido, y se ausentaron,