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cantando cierta cancioncilla que no quiero copiar. Quedó el pobre D. Abundo un momento con la boca abierta, como quien ve visiones; tomó luégo la senda que conducia á su casa, echando con trabajo un pié delante del otro, porque los dos se le figuraban de plomo, y tan consternado como podrá inferir más fácilmente el lector, despues de que tenga dalos más puntuales acerca de su carácter, y de la condicion de los tiempos en que le habia tocado vivir.

D. Abundo no babia nacido con un corazon de leon (como lo habrá advertido ya el lector), y desde sus primeros años hubo de convencerse que en tales tiempos no habia condicion más miserable que la del animal que, naciendo sin uñas ni garras, no siente en si la menor inclinacion á dejarse devorar por otro. Entónces la luerza legal no era bastante á proteger al hombre sosegado y pacifico que no tuviera otros medios de meter miedo á los demas; no porque faltasen leyes y penas contra las violencias privadas; åntes por el contrario, las leyes llovian sin consuelo; los delitos estaban enumerados, y especificados con fastidiosa prolijidad; las penas, sobre ser brutalmente severas, eran agravadas en cada ocurrencia por el mismo legislador y sus mil ejecutores, y la forma de enjuiciar propendia á que el juez no encontrase impedimento en condenar á su antojo, como lo atestiguan los bandos contra los bravos, de que acabamos de dar noticia: por la misma razon dichos bandos publicados y repetidos de gobierno en gobierno, 8ólo servian para manifestar con énfasis la impotencia de sus autores; y si producian algun efecto inmediato, era únicamente el de añadir muchas vejaciones à las que los bombres débiles y pacificos sufrian de parte de los perturbadores, y de aumer.tar las violencias y las astucias de estos ú'timos. La impunidad estaba organizada y lenia raíces, å que no alcanzaban, 6 que no podian arrancar los bandos.

Tales eran los asilos y privilegios de algunas clases de la sociedad, unos reconocidos por la misma fuerza legal, otros tolerados con culpable silencio, y otros disputados con vanas prote vados por las mismas clases, y casi por cada individuo, con todo el empeño que inspira el interes, 6 la vanidad de familia. Esta impunidad, pues, que amenazaban é insultaban los bandos sin destruirla, debia naturalmente, á cada amenaza y á cada insulto, emplear nuevos medios y nuevas tramas para sostenerse. En efecto así sucedia, pues en cuanto se publicaba un edicto contra los opresores, buscaban éstos en su fuerza material los arbilrios más oporpero sostenidos de hecho, y conser