Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/218

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 206 —

sugerido é inculcado con la trivial apariencia de darle un consejo de amigo; pero los hombres generalmente por cierta tendencia natural, cuando están agitados y en angustias, y les 0curre lo que otros pudieran hacer para salir del apuro, se lo preguntan con grande empeño y bajo de mil pretextos, y los más diestros en iguales circunstancras caen en igual falta. Las mismas invenciones magistrales, las tramas con que suelen vencer, que para ellos se han convertido ya en una segunda naturaleza, y que empleadas á tiempo y dirigidas con la serenidad necesaria, dan el golpe con feliz éxito y ocultamente, y áun descubiertas luégo, logran el aplauso general; cuando las emplean hombres sencillos, que se hallan en apuros, lo hacen con tan poco tino, y tan sin maña, que mueven á lástima á lo3 que los miran; y aquelias mismas personas á quienes pretenden engañar, aunque sean ménos astutas, descubren su intencion, y de sus mismos artificios sacan partido contra ellos: por esto los bellacos de profesion procuran conservar siempre su sangre fria, y lc que es mejor, no hallarse jamás en circunstancias extremas.

Lorenzo, pues, apénas llegados á la calle, empezó á mirar alrededor, á extender el cuello, á sacar la cabeza y aplicar el oido. Sin embargo, no veia concurrencia alguna extraordinaria, y aunque en la cara de muchos que pasaban se notaba con facilidad cierta señal de sedicion, cada uno seguia su camino, y lo que es sedicion verdadera no la habia.

—iPrudencia! ijuicio!-decia al paño el Escribano;-tu honra, hijo, tu honra.

Pero cuando Lorenzo, columbrando á tres que se acercaban con cara encendida, oyó hablar de un horno, de harina ocultada y de justicia, empezó á hacer señas con la cabeza, y á toser de un modo que indicaba algo más que resfriado. Miraron aquellos la comitiva, y se pararon; con ellos se pararon tambien otros que iban llegando, y otros que habian pasado, oyendo la bulla, se volvian y aumentaban la concurrencia.

—Cuidado, hijo! iprudencia! por tí haces; no empeores tu causa, tu estimacion,-iba diciendo el Escribano con disimulo.

Lorenzo lo hacía peor. ¿Quién no se equivoca? Le apretaron las manillas.

—iAy! jay!-gritó el preso.

A este grito se agolpó la gente, acudiendo otra de todas partes, de modo que la comitiva se halló sitiada.