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no con él, sino con cuatro bribones servidos con todas las formalidades de estilo, y acompañados por capuchinos, y por los hermanos de la Caridad, y á la verdad que bien merecido lo tienen. Es una providencia muy sábia, y que era indispensable. Ya empezaban á tomar la maña de entrar en las tiendas y coger lo que les parecia sin mengua del bolsillo, y si se les hubiera dejado continuar, tras el pan hubieran tomado el vino, y así de.una cosa en otra...

¡lmaginad si querrian de grado abandonar una costumbre tan cómoda! Y para los hombres de bien que tienen tieada abierta, os aseguro que era una perdicion.

—Es cierto,-dijo uno de los que le escuchaban.

—-Es cierto, repitieron los demas á una voz.

—-Y la cosa estaba fraguada de muy léjos,-continuó el mercader limpiándose la barba con el mantel.-Sabeis que era una trama?

—¡Una trama!

—Ší, señores, una maquinacion. Intrigas de los navarros y de aquel cardenal de Francia... ya sabeis quién digo... aquel que tiene un nombre medio turco, y que cada dia discurre alguna diablura para incomodar á la corona de España; pero sobre todo procura hacer tiro á Milan, porque sabe bien el taimado que aquí es donde el Rey tiene su mayor fuerza, -¡Ya!

—¿Quereis la prueba? Pues sabed que los que más alborotaban eran forasteros, y andaban en la danza caras que jamás se habian visto en Milan... ¡Ah! se me olvidaba decir una cosa que ha corrido por muy cierta. La justicia echó el guante á uno en cierta posada...

Lorenzo, que no perdia una sílaba de cuanto decia el mercader, se estremeció al oir tocar aquella cuerda, é hizo un gesto, que por más que estuviese sobre sí, no pudo contener. Afortunadamente nadie lo nató, y el orador continuó su narracion sin interrumpirla.

—A uno que todavía no se sabe de dónde habia venido, quién le habia enviado, ni qué clase de pájaro era; pero seguramente era uno de los cabecillas. Ayer en medio del mayor tumulto hizo diabluras, y no contento con eso, se puso á predicar al pueblo, y á proponerle como una gracia que matasen á todos los señores. ¡Bribonazo! Y de qué vivirian los pobres si hubiesen matado á todos los señores? La justicia no le perdió de vista, le echó la garra, y le encontraron un gran paquete de cartas. Ya le llevaban á la cárcel; pero iqué? sus compañeros, que andaban ron-