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peso, y en que su antigua experiencia le proporcionaria mucha ventaja sobre un mozalbete ignorante.

—Veremos,-decia para si:-á él le importa su novia; pero yo trato de mi pellejo, y así estoy más ioteresado en este negocio... Juégo mis conocimientos, mi experiencia...

Tranquilizado un poco el ánimo con semejante resolucion, consiguió por fin cerrar los ojos y dormirse; pero iqué sueño, y qué sueños! Bravos, D. Rodrigo, Lorenzo, derrumbaderos, fuga, persecucion y balazos fué lo que ocupó su imaginacion durmiendo.

El momento de despertar despues de una desventura ó conflicto, es siempre muy amargo. La imaginacion entóuces, restituida á su oficio, acude á las ideas habituales de tranquilidad anterior, pero como al punto ocurre desagradablemente el pensamiento del nuevo estado de cosas, se aumenla el disguslo con aquella instantánea comparacion. Tal fué para D. Abundo el monento en que despertó; sin embargo, recapituló inmediatamente su proyeclo de la noche, se confirmó en él, lo coordinó mejor, se levantó, y estuvo esperando á Lorenzo con no ménos temor que impaciencia.

Lorenzo no se hizo aguardar mucho. En cuanto creyó ser la hora en que podia sin indiscrecion presentarse al Cura, pasó á verle con el anhelo de un jóven de veintidos años que debe en quel dia casarse con una persona á-quien ama. Huérfano Lorenzo desde su niñez, ejercia la profesion de hilandero de seda, profesion casi hereditaria en su familia, muy lucrosa en liempos anleriores, y que si bien algo decaida en aquella época, no lo estaba tanto que un oficia! hábil no pudiese vivir cómodamente con ella. El trabajo iba de dia en dia disminuyendo; pero la continua emigracion de los artesanos, atraidos á los paises limitrofes con promesas, privilegios, y jornales crecidos, era causa de queno les faltase á los que permaneeian en el pais. Además tenia Lorenzo un poco de tierra, que hacía labrar, y labraba él mismo cuando le faltaba el hilado de la seda; por manera que en su clase podia llamarse acomodado. Y aunque aquel año cra más escaso que los anteriores, y se empezaba á experimentar una verdadera carestia, como desde que él puso los ojos en su amada arrendó una pequeña bacienda, con ella y sus ahorros no tenía que temer que le faltase pan. Presentóse, pues, á D. Abundo en gran gala con plumas de varios colores en el sombrero, un puñal de curiosa empuñadura en el bolsillo lateral de los calzones, y aire alegre y de guapeton; niuy comun entónces basta en