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—Vaya otra gotita,— dijo Perpetua, echando vino en el vaso.—Ya sahbe usled que éste le conforta el estómago.

—¡Ah! no, basta; otra cataplasma se uecesita, otro confortante.

Diciendo esto, tomó la luz y prosiguió refunfuñando:

—¡Ahí es un grano de anis! ¡Que esto me suceda á mi, á un hombre como yo!

Con estas y otras lamentaciones se dirigió á su cuarto para acostarse. Llegando á la puerta se paró un momento, se volvió hácia Perpetua, y poniendo el dedo índice en los labios, dijo con tono lento y muy recalcado:

—¡Perpetua, por amor de Dios!

Y se metió adentro.


CAPÍTULO II.

Cuentan que el príncipe de Condé durmió profundamente loda la noche vispera de la célebre batalla de Rocroi; pero en primer lugar Condé estaba muy cansado, y en segundo, ya habia dado las disposiciones necesarias para la accion, y acordado todo lo que habia de hacerse por la mañana. No le sucedia esto al pobre D. Abundo, porque él al contrario no sabía lo que debia hacer al dia siguiente; y así estuvo una gran parte de la noche cavilando con inquietud. No hacer caso de la atroz intimacion, y casar à Lorenzo, era un partido acerca del cual ni siquiera queria deliberar. Confiar á Lorenzo lo ocurrido, y discurrir con él algun medio... ¡Dios nos libre! ni una palabra: sonaba toda vía en sus oidos el «chiton» y el «¿Estå usted?» de los bravos, y tan léjos estaba de hablar del asunto, que easi se arrepenlia de habérselo confiado á Perpetua. ¿luir? iy á dónde? iy cómo? iy despues?;Qué laberinto! A cada partido que desechaba se volvia del otro lado. En fin, el arbitrio que le pareció mejor fué el de ganar tiempo, dando largas con palabras y pretextos. Se acordó, afortunadamente, que falaba poco tiempo para cerrarse las velaciones, y esperaba que pudiendo entretener por pocos dias á Lorenzo, tenía luégo dos meses de espera, y en dos meses podian suceder grandes cosas. Estuvo rumiando pretextos, que aunque le parecian fútiles, tenla confianza en que su autoridad les daria