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--Demasiado,-respondió Lucía;-pero zquién creyera...?

—Y qué es lo que sabías?

—No seas impaciente, ni excites mi llanto; pero deja que llame á mi madre, y despida á esas gentes, pues conviene que estemos solos.

Al irse Lucía, dijo Lorenzo como á media voz:

—¡Nunca me has hablado palabra de esto!

—jAh, Lorenzo!-respondió Lucía, volviéndose sin pararse.

Comprendió Lorenzo muy bien que su nombre pronunciado en aquel momento y con aquel tono, era lo mismo que decir, que no debia dudar de que habia tenido los motivos más puros y justos para callar.

Entretanto, la buena da Inés (que así se llamaba la madre de Lucía), entrando en sospecha y curiosidad por aquella palabrita al oido, y por haber visio ausentarse á su hija, bajó á saber qué novedad habia ocurrido. Lucía la dejó con Lorenzo, volvió donde estaban sus amigas y vecinas, y disimulando lo mejor que pudo la alteracion de su ánimo, dijo:

—El soñor Cura está malo, y hoy nada se hace.

Con esto las saludó á todas apresuradamente y volvió á bajar.

Desfilaron entónces las mujeres, y todas corrieron á divulgar lo que habia sucedido, y muchas á averiguar si efectivamente estaba enfermo D. Abundo; mas la verdad del hecho cortó todas las conjeturas, indicándolas desde luégo con medias palabras y expresiones misteriosas.

CAPÍTULO III.

Con gran zozobra estaba Lorenzo informando á Inés, que no le escuchaba con ménos, cuando entró Lucía en el cuarto bajo. Volviéronse entrambos á quien sabía más que ellos sobre el particular, y de quien esperaban con ánsia mayor aclaracion, dejando traslucir en medio de la pena, y con el amor distinto que cada uno de aquellos profesaba å Lucía, un sentimiento tambien diverso por haberles ocultado una cosa de aquella naturaleza. Aunque Inés estaba