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ha parecido siempre, y debe parecer, equitativa, sencilla y de fácil ejecucion, y de aquí resulta que en los apuros de las careslías la desea, la implora, y si puede, la impone:

luégo, á medida que se van manifestando las consecuencias, las personas á quienes corresponde se ven precisadas á acudir al remedio de cada una de ellas con leyes que probiban á los hombres hacer aquello á que los excitan los antecedentes. Permítasenos observar aquí de paso una coincidencia particular. En un país, y en época no distante de nosotros, y en una de las calamidades más notables de la historia moderna, se dieron, en circunstancias iguales, iguales providencias, á pesar de la gran diferencia de los tiempos y de los conocimientos adquiridos en Europa, y con especialidad en aquel mismo país; y esto sucedió principalmente porque la masa popular, á la que aún no habria alcanzado semejantes conocimientos, consiguió á la larga que prevaleciesen sus principios, y empujó, como se suele decir, la mano de los que hacian la ley.

Volviendo ahora á nuestro asunto, dos fueron, al ajustar la cuenta, los frutos principales del tumulto, á saber: desperdicio y pérdida efectiva de víveres en el mismo tumulto, consumo excesivo, y de bulliciosa alegría miéntras duró la tasa, y desfalco de aquella triste masa de granos que debia bastar hasta la nueva cosecha. A estos efectos generales hay que añadir el suplicio de cuatro aldeanos ahorcados como cabezas del tumulto, dos delante del horno grande, y dos á la entrada de la calle donde vivía el Director de provisiones.

Por otra parte, son tan inexactas las noticias históricas de aquellos tiempos, que no hemos podido averiguar cómo ni cuándo cesó aquella violenta tasa. Si, á falta de noticias positivas, nos es permitido proponer conjeturas, nos inelinamos á creer que se revocó poco ántes 6 poco despues del 24 de Diciembre, que fué el dia del citado suplicio. Por lo que toca á los edictos, despues del 22, de que hemos hecho mencion, no hemos encontrado otro alguno relativo á víveres, ya porque hayan perecido, ya porque se hayan ocultado á nuestras investigaciones, 6 ya porque la autoridad, desalentada, cuando no convencida, de la ineficacia de sus providencias, y abrumada con el peso de las cosas, las abandonase á su curso natural. IHallamos, sin embargo, en las relaciones de varios historiadores, inclinados entónces más bien á escribir grandes acontecimientos que á indicar sus causas y consecuencias, la pintura del país y de la ciudad, principalmente á fines del invierno y en