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dije yo que venía á meterme en un campamento?» Aqui paró el carro: bajaron todos. Gratificó D. Abundo al carretero, y con sus dos compañeras tomó el camino de la cuesta, sin hablar una palabra. La vista de aquellos parajes iba despertando en su imaginacion, y mezclando con la angustia presente el recuerdo de lo que vió y experimento en otra ocasion: é Inés, que nunca los habia visto, y que allá en su cabeza se habia formado de ellos una pintura fantástica, que siempre se le presentaba al acordarse de lo que allí habia pasado, viéndolos ahora tales cuales eran, la angustiaban de nuevo y con más fuerza aquellas dolorosas memorias.

—iAy, señor Cura!-exclamó;-cuando pienso que mi pobre hija ha pasado por este camino...

—¿Quiere usted callar, mujer sin seso?-le dijo don Abundo al oido.-¿Es lugar este para hablar de semejantes cosas? ¿No sabeis que estamos en su casa? Por fortuna, no hay aquí quien nos oiga; pero si seguís hablando de esta manera...

—¿Cómo?-interrumpió Inés;-si ahora es un santo.

—Callad,-le replicó al oido D. Abundo.-¿Creeis que á los santos se les puede decir con franqueza todo lo que á uno se le pasa por la cabeza? Pensad más bien en darle las gracias por los beneficios que os ha hecho.

—En esto ya estaba yo. ¿Cree usted que no tengo crianza?

—La crianza es el no decir las cosas que pueden desagradar, especialmente á quien no está acostumbrado á oirlas; y persuádanse ustedes las dos de que este no es el paraje de bachillerear, ni de decir todo lo que viene á la boca. Es casa de un gran señor: ya ustedes lc saben: ya ven la gente que la rodea, y las que llegan de todas partes; de consiguiente juicio por amor de Dios! pesar bien las palabras, y decir pocas, y sólo cuando haya necesidad; que en boca cerrada no entran moscas.

—Pues no es peor que usted nos esté apurando...

Iba Perpetua á continuar; pero la interrumpió D. Abundo, diciendo con voz baja: «Calla,» y se quitó al mismo tiempo el sombrero con una profunda reverencia de resultas de haber visto al caballero que bajaba la cuesta. Este tambien habia visto y conocido á D. Abundo, y se adelantaba á recibirle.

Habiéndose incorporado con él:

—Señor Cura,-le dijo,-quisiera ofrecerle mi casa en ocasion ménos triste; pero de todos modos tengo la