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-Segun eso,-interrumpió Inés,-ellos tambien podrian decir lo mismo de nosotros.

—Ea, callad,-dijo D. Abundo:-callad, que de nada sirven las bachillerías. Ya no hay remedio; ya lo hemos hecho, y tenemos que aguantar. Será lo que Dios fuere servido.

Pero fué mucho peor, cuando al entrar en el valle vió un puesto numeroso de hombres armados, parte delante de la puerta de una casa, y parte en otros cuartos bajos. Mirólos de reojo, y aunque no eran aquellas caras que vió la primera vez que vino con tanto sentimiento al castillo (y si algunas habia, las pusieron muy mudadas), sin embargo, no es explicable el disgusto que le causaron.

—jinfeliz mi!-decia entre dientes:-hé aquf cómo se hacen las locuras. No era posible que fuese otra cosa, y yo debia presumirlo de un hombre de esta clase. Pero iqué diablos querrá hacer? ¿Querrá declarar la guerra, 6 hacerse rey? Cuando por las circunstagcias quisiera uno meterse debajo de siete estadios de tierra, este hombre busca todos los medios de llamar la atencion: parece que los quiere desafiar.

—Vea usted ahora, señor mio,-dijo Perpetua,-si hay aquí valientes que sabrán defendernos. ;Que vengan abora los señores soldados! No son éstos como nuestros paletos, que sólo saben menear las piernas.

—Calla,-contestó D. Abundo con voz baja é iracunda,- calla, que no sabes lo que te dices. Pídele á Dios que los soldados estén de prisa, 6 que no lleguen á saber lo que aquí pasa, y que se trata de hacer una fortaleza. ¿No sabes tú que el oficio de los soldados es el de tomar las fortalezas? Eso es lo que ellos quisieran. Para ellos, el dar un asalto es como ir á un banquete, porque todo lo que encuentran es para ellos, y pasan á cuchillo á toda la gente...

¡Triste de mí! basla; yo veré cómo me escapo: á mí no me cogen en una batalla: eso no, á fe de Abundo.

—Vaya!-exclamó Perpetua:-si tambien usted tiene miedo porque le defienden...

Interrumpióla D. Abundo con aspereza, pero siempre con voz baja, diciendo:

—Calla, y cuidado de que á nadie le digas nada de esto:

cuidado; acuérdate que es necesario poner siempre buena cara y aprobar todo lo que se ve.

En Malanoche encontraron otro puesto de hombres armados, á quienes quitándose D. Abundo el sombrero, hizo una gran cortesía, diciendo en su interior: «¡Ay! jay! gno lo